¡YO ACUSO…! ACERCA DE LAS ESCUELAS DE ARQUITECTURA.
Aldo Rossi

La revista Domus ha tenido la amabilidad de reproducir una entrevista publicada hace algún tiempo en un periódico italiano. Las entrevistas son siempre un tanto provocativas y apresuradas, pero como contrapartida s concentran directamente en los problemas a encarar. Al releerla veo que, como de costumbre, por un lado ataco a las facultades de arquitectura y, por el otro, las defiendo. Dejemos de lado las comparaciones con las otras facultades europeas, que por lo general son peores que la nuestra, o con las estadounidenses, que además cuentan con instituciones culturales excepcionales (bibliotecas, museos, teatros, etcétera) y en este aspecto están adelantadas.
Yo defiendo las facultades de arquitectura italianas porque han aceptado en forma valiente (y patética) una situación insostenible desde cualquier punto de vista. Pero estoy en contra –y lo estoy cada vez más después de años de docencia y de trabajo profesional- de la defensa a ultranza de aquello que tal vez ya se ha disuelto: la arquitectura, o la posibilidad de enseñarla. Este es para mí el nudo fundamental de la cuestión, que no tiene que ver con la universidad (que en mi opinión marcha muy bien) sino más bien con el estudio de la arquitectura.
Las alternativas más serias son el estudio de la arquitectura en el viejo sentido del maestro (ciertamente elitista e impracticable) o incluso del ingeniero civil. No olvidemos que los más grandes arquitectos italianos desde el siglo XIX hasta nuestros días han sido ambos ingenieros: Alessandro Antonelli y Pier Luigi Nervi. Para ellos, indudablemente, el corpus de la arquitectura tenía un significado.
Generalmente, los complejos universitarios en Europa conforman una parte muy bella de la ciudad, y los campus estadounidenses son con frecuencia un lugar excepcional, al igual que los centros históricos de Europa. Entre estos edificios se distinguen construcciones siniestras y extrañas: las facultades de arquitectura. En Zúrich, el noble edificio del politécnico hecho por Semper quedó directamente para la sección administrativa; mientras que la universidad contigua es rica en vida y belleza, la facultad de arquitectura se construyó en Hönggerberg: en medio de un bosque de rara belleza, brilla como un fortín lunar, desprovista de vida y de todo contacto con la ciudad. Esta condición extrema de Zúrich se repite con distintas variantes, en muchas ciudades de Europa. Es curioso, pero la caída de la arquitectura como disciplina terminó por expresar su propia crisis en las facultades de arquitectura.

La larga crisis de la enseñanza universitaria ha encontrado en la facultad de arquitectura un caldo de cultivo propio: un mayor número de inscriptos, un interés, una pasión y un desorden singulares, diferencias notables en la enseñanza, insuficiencia de aulas y todas aquellas carencias que con mucha razón señalan los docentes y los estudiantes.
Creo que aquello que hace especiales a las escuelas de arquitectura no es una crisis de la escuela, sino una crisis de la disciplina. ¿Cómo nacen las facultades de arquitectura? En forma general, de intento de unir la École des Beauz Arts con la École des Ponts et Chaussés; pero la facultad de arquitectura nunca ha resuelto realmente los problemas de esta unión (las causas de ellos serían demasiado largas de explicar aquí). Nacen los politécnicos y los ingenieros civiles, y cuando en estos politécnicos el arquitecto (el doctor en arquitectura) se aparta del ingeniero civil, los problemas vuelven a plantearse de la misma manera.
En el fondo, los modernistas, enemigos de la academia, replantean una especie de escuela de arte que puede condensarse en la Baubaus de Walter Gropius y que llega hasta la escuela de Max Bill. Pero estas escuelas, que funcionan más o menos bien, retoman en Alemania la gran tradición de las escuelas técnicas, de lo artesanal, de la tipografía y hasta de la fotografía, el cine, el teatro.
Estas experiencias, rechazadas por el sistema universitario, continuaban sin embargo afectando a los arquitectos y a la arquitectura, hasta que se afirmaron comercialmente como una verdadera salida profesional, por ejemplo, con el diseño, la fotografía, la decoración e, incluso, con la moda.
Es indudable que si se observa a los grandes arquitectos del pasado, todos estos componentes están presentes no me refiero al Renacimiento, aunque no sería una referencia fuera de lugar, sino a la época moderna, ligada a la escuela como institución pública. Indudablemente, Schinkel y Berlage, Viollet-Le-Duc y Boito, Wagner y Garnier –por mencionar algunos de los grandes arquitectos que precedieron al modernismo- construyeron edificios públicos, decoraron interiores, hicieron muebles, pintaron cuadros y diseñaron alfombras.
Lo mismo hicieron los modernistas: a la cabeza de ellos Le Corbusier, que con indudable habilidad e idéntico instinto comercial, retomó el mito del arquitecto instruido, amalgamando la sociología, la ingeniería y el arte con una propaganda de economía y simplicidad que muy pronto estuvo más al servicio de la especulación que de mejorar la vida del hombre.
¿Todo esto nos ha alejado del tema del estudio de la arquitectura? No es así; quería decir con ejemplos distintos que las facultades de arquitectura nunca han aceptado, y en realidad no podían aceptar. La trayectoria de estos “maestros”, pues aunque no les faltaba capacidad, se veían imposibilitados de hacer una elección.
En esta situación, el ingeniero civil proporcionaba los mejores cuadros de la Italia moderna: tal vez el más grande arquitecto haya sido Pier Luigi Nervi, ingeniero, y el mejor pintor, Mario Sironi, también ingeniero.
No estoy aconsejando a los jóvenes que se inscriban en ingeniería: sería demasiado fácil y, además, hoy en día, esas escuelas tienen sus propios problemas. Es más bien la voluntad de crear una escuela que unifique en un mismo título al arquitecto, al ingeniero civil, al geómetra. Y esta no es la facultad de arquitectura. Si observamos Europa, veremos que las escuelas de arquitectura se parecen; cuando se diferencian es sólo porque fatalmente siguen los lineamientos emergentes de la cultura nacional. A pesar de haber sido docente en el Politécnico de Zúrich, una experiencia importante, y de haber frecuentado distintas universidades europeas, puedo decir que no son lugares privilegiados; las universidades italianas están a la altura de cualquier otra universidad europea, y viceversa.
En el transcurso de un debate en una universidad alemana se hacía alarde de los mayores conocimientos y precisiones técnicas que se transmitían en las universidades de dicho país; pero yo les dije, y esto es verdad: “¿Y entonces por qué están construyendo casas y ciudades tan feas?”. Lo mismo podría decirse de las universidades latinas, en particular de las francesas. ¿Para qué tanta “imagen” (a menudo carente de toda lógica estética o racionalidad constructiva), si después terminan construyendo casas y ciudades tan feas?
Ciertamente, las universidades italianas tienen una supremacía en el campo cultural y en la historia de la arquitectura; si la Universidad de Venecia goza (todavía) de una fama internacional, se la debe al Instituto de Historia de a Arquitectura, tal como fuera creado por Manfredo Tafuri. Todas las demás pasan más o menos desapercibidas.
Sin embargo, la totalidad de las restantes participa de esa crisis de la disciplina de la cual he hablado al comienzo, y unas pocas islas afortunadas no son suficientes para rescatar de esta situación. Yo veo con beneplácito la posibilidad de crear escuelas técnicas donde verdaderamente se formen esos arquitectos a los que se refería Adolph Loos con la metáfora “El arquitecto es un albañil que ha estudiado latín”.
Las escuelas no deben ocuparse de proporcionar una poética. Los mejores jóvenes arquitectos que han trabajado conmigo han salido de la Escuela Técnica de Cantón Ticino –en la Suiza italohablante- cuando allí enseñaban individuos como Fabio Reinhart y otros que se concentraban en la construcción, en la historia, en las raíces de la región. Escuela técnica es un hombre que me gusta mucho, porque de la conciencia y conocimiento del trabajo propio puede nace un artista.
Nosotros admiramos y estudiamos a los grandes arquitectos (y también el latín del que hala Loos), pero al mismo tiempo queremos enseñar una disciplina precisa, que se pueda transmitir racionalmente, y ésta es la que llamamos técnica. Esta escuela hoy no existe en Europa, pero estoy seguro de que un día habrá de nacer.

* Este artículo fue publicado en la revista Domus Nº 760, abril-mayo de 1994
Aldo Rossi. Nació en Milán, Italia, en 1931. Arquitecto y teórico italiano, ha participado en numerosos concursos. Entre sus trabajos de investigación se encuentran La arquitectura en la ciudad (1966) y Para una arquitectura de tendencia. Escritos: 1956-1972 (1975). Ha sido profesor en la Universidad de Milán y en el Instituto de Arquitectura de Venecia. Entre sus obras se destacan barrios residenciales en Nápoles (1965) y el San Roccoen Monza (1966). Participó en el barrio Gallaretese de Milán con una unidad de habitación (1970). Recibió el primer premio en el concurso convocado para la ampliación del Cementerio de Módena (1971). En 1990, recibió el premio Pritzker de arquitectura y en 1991, la medalla Thomas Jefferson de arqquitectura. Falleció en 1997.

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